lunes, 14 de enero de 2008

Hemorragia

Mientras escribía en la computadora, noté un frío repentino dentro de mi nariz. Un chorrito de sangre cayó al suelo. Creí que la hemorragia terminaría sola. No fue así. Pensé en ponerme un algodón, pero cuando me iba a levantar, noté como la sangre empezaba a moverse por el suelo de mi habitación. El pequeño hilo rojo salió de mi cuarto y ganó el pasillo. Avanzó y pasó por debajo de la puerta. Descendió los escalones de la escalera y, cuando el portero le abrió, salió por la puerta a la calle. Una vez al aire libre, mi pequeño reguero de sangre subió por la avenida hacia el centro de la ciudad. Miles de millones de plaquetas mías avanzaban a la vez que el bus urbano. Mi sangre tomó una calle poco transitada y, sin dudar un instante, entró en un local de paredes blancas, un bar con poca concurrencia. Dentro había un muchacho escribiendo en una servilleta de papel con un gesto de preocupación. La sangre avanzó hacia él, después de pedir un zumo de tomate al camarero. El pequeño río rojo subió enroscándose por la pata de la silla, se encaramó en la rodilla del chico y, después, se dirigió hacia la nariz. Y empezó a entrar y a entrar. Cuando toda la sangre estuvo dentro, me di cuenta de que ese tipo era también yo.

5 comentarios:

EL INSPIRADO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Se te va... jaja. La gripe, que mala es...

Anónimo dijo...

me ha gustado mucho.
Un abrazo Johan.

Anónimo dijo...

... me di cuenta de que ese tipo era yo. El viaje dopamínico se había acentuado con la diálisis.

Anónimo dijo...

... me di cuenta de que ese tipo era yo. El viaje dopamínico se había acentuado con la diálisis.