lunes, 9 de abril de 2007

Programa 32: "Violines en el metro"

Hoy hemos podido leer esta noticia en diferentes medios: Hora punta en una estación de metro en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol. El instrumento es nada menos que un Stradivarius de 1713. El violinista toca piezas maestras incontestables durante 43 minutos. Es Joshua Bell, uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca. No había caído en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento recogido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza.
¿Ustedes creen que lo está? ¿Está preparada la gente para la belleza? La respuesta es que no. No le hicieron ni caso al señor Joshua Bell. Se esperaba que mucha gente se detendria para admirar al violinista y al violín. Pero no fue así.
Vivimos en tiempos de triunfo, de fogonazos seductores. Pocos de los que pasan a diario por una boca de metro están capacitados para saber si el violinista en cuestión es bueno. En cambio, muchos de ellos sí que están capacitados para saber quién es el famoso de turno.
Joshua Bell, el famoso intérprete de violín, ha confirmado una vez más que estamos todos condenados al ruido y al griterío y que sólo los que de verdad se lo propongan sabrán distinguir el grano de la paja. Una vez más queda claro que la belleza, al igual que la felicidad, no son resultado de una operación. Ni de una operación quirúrgica, claro.

1 comentarios:

Javier dijo...

puede que no seamos capaces de reconocerla, pero es no impide que la belleza sea imprescindible en nuestras vidas. quizá no le prestemos mucha atención o acaso vamos con demasiada prisa todo el día, pero el mundo ha de tener belleza, si no, no seguiríamos aquí.

pequeños escondites furtivos donde he encontrado belleza en las últimas semanas: en una llamada telefónica providencial, en un combate de boxeo, en el último sorbo del café de ayer, en un escaparate que tiene unos zapatos hermooosos, en la promesa de un gran viaje en verano, en varios poemas que ayudan a respirar mejor, en algunos gestos de complicidad, en la historia del violinista en el metro, en que haya a quién se le ocurra tal disparate y en que haya quienes lo comenten y lo compartan.